lunes, 11 de agosto de 2008

Un paseo con historia

Santa Cándida fue obra de Urquiza. Nació en 1847 como saladero y también sirvió de residencia veraniega del prócer, que la usaba cuando recorría sus dominios. El estilo toscano de la casa se lo dio el arquitecto italiano Fosatti, el mismo que intervino en la última etapa del Palacio de San José, domicilio estable de justo y su familia. Parece increíble que aquí haya funcionado un emprendimiento industrial de avanzada, equipado con flamantes máquinas traídas de Europa y USA, y donde todo se producía, incluido el gas acetileno para el alumbrado interior y exterior de la casa.Muerto Urquiza, el destino de Santa Cándida fue alternando años de olvido con momentos de resurrección. Antonio Leloir (casado con Adela Unzué) transformó la propiedad en una villa italiana (1917) con arquitectos y paisajistas de Buenos Aires. Se destruyeron las instalaciones del saladero, aunque los cimientos quedaron. El faro, que coronaba el edificio (estructura de madera con vidrios biselados) se hizo quitar y en su lugar se instaló un pararrayos. Después, otra vez la nada por años. De la mano de Francisco Sáez Valiente, un nieto de Urquiza casado con Helena Zimmerman, el casco de la estancia fue convertido en hotel, con siete habitaciones dobles y dos idénticas fuera de la casa, emprendimiento que continúa en manos de los actuales herederos.Desde aquí se organizan cabalgatas y salidas ocasionales por el río en el barco de la estancia. La pesca, incluso desde el muelle, es otro entretenimiento posible. A la izquierda de la casa está la pileta, y la visión del arroyo completan una imagen que nada más puede aportar serenidad al espíritu. Llegar hasta Santa Cándida navegando es todo un programa; final feliz de una travesía por el río Uruguay saliendo de Buenos Aires.








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